jueves, 23 de abril de 2020

La fuerza de lo pequeño

Patricia Aguirre 
https://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoid=95960&fuente=inews&utm_source=inews&uid=520577
En estos tiempos de coronavirus, distanciamiento y angustia, reflexionar sobre la enfermedad y la cultura tal vez nos permita enfrentar mejor esta epidemia (que por difundirse a través del globo se califica de pandemia) y las que sin duda van a venir, de seguir viviendo como vivimos y pensando como pensamos.
Debemos comenzar señalando que la aparición de epidemias solo empieza con las sociedades aldeanas y agrícolas, cuando la cantidad de población es tal que el contacto estrecho entre las personas con las condiciones precarias de higiene de hace 10.000 años, la contaminación de los acuíferos por su utilización múltiple (higiene, bebida, producción) la alimentación basada en granos y la estrecha relación con los animales en proceso de domesticación, y por lo tanto de selección artificial, expusieron a las poblaciones humanas a enfermedades propias de los animales.

No es que los cazadores recolectores no hubieran tenido enfermedades, algunas propias de los ambientes que habitaban, sino que estas no toman forma epidémica.  Estas varían con la cultura, el medio ambiente y la edad. Con el medio ambiente porque aquellas asociadas a gusanos (tenia, anquilostoma) y a los protozoos que tienen como vectores a insectos (el mosquito anopheles en la malaria y la mosca tse-tse en la enfermedad del sueño o tripanosomiasis africana)[U1] , son un problema en los trópicos y no en climas polares donde los vectores no sobreviven al frío.  Varían con la edad porque en general las enfermedades infecciosas y las parasitosis son más importantes en la infancia aunque también infecten a los adultos.
A medida que avanza la edad aparecen enfermedades degenerativas en huesos y articulaciones como artritis, osteoartritis, osteoporosis, también desgaste dental, y fracturas por accidentes (ya que el estilo de vida demanda más esfuerzo físico y los expone a accidentes mucho más que el actual). Todas las enfermedades crónicas no transmisibles, principales responsables de incapacidad y muerte en las sociedades de mercado son desconocidas o muy poco habituales en las sociedades cazadoras-recolectoras. Fueron inexistentes hasta el contacto con poblaciones urbanas: difteria, gripe, sarampión, paperas, tos ferina, rubeola, viruela y fiebre tifoidea. En cambio, las fiebres transmitidas por artrópodos, diarrea, enfermedades gastrointestinales, respiratorias e infecciones de la piel fueron y son comunes en estos grupos.

Las características de las enfermedades infecciosas que aquejan a los cazadores-recolectores tienen que ver con la baja densidad demográfica de los grupos así que son crónicas o se propagan de manera intermitente, a diferencia de las enfermedades epidémicas o de masas que son propias de poblaciones numerosas y sedentarias. La mayoría de las infecciosas que enferman a los cazadores-recolectores tienen agentes que son compartidos por humanos y animales (como el virus de la fiebre amarilla que se transmite de los monos infectados a los humanos a través de mosquitos silvestres que pican ambas poblaciones). O tienen agentes capaces de perpetuarse en el ambiente (como el Clostridium tetanis, causante del tétanos, que sobrevive en el suelo, agua, heces o dientes de animales o el Clostridium botulinum, causante del botulismo, que sobrevive en suelo, agua y alimentos). En esto incide que la mayor parte de las veces las fuentes de agua se usan indistintamente para beber, higienizarse y cocinar, de manera que las reservas de agua se constituyen en un vehículo importante de infección.

Muchas de sus enfermedades no son agudas sino crónicas (espondilitis anquilosante) o tienen reducida probabilidad de transmisión como la lepra (mal de Hansen) y el pian (Frambesia tropical). Creo que lo mas importante es que son enfermedades que una vez que se padecieron no confieren inmunidad permanente, de manera que la misma persona puede volver a infectarse. Estas cuatro razones implican que estas enfermedades se pueden mantener en poblaciones pequeñas infectando a los mismos sujetos una y otra vez, a partir de reservas en el medio o en enfermos crónicos.
La epidemias, como las conocemos, aparecen en poblaciones mayores, asentadas y hacinadas en aldeas o pueblos que usan indistintamente sus fuentes de agua para higienizarse, para cocinar y beber o para producir y sobre todo son poblaciones alimentadas mayormente con granos o tubérculos ricos en almidón y con poca diversidad.
En estos ambientes donde las poblaciones humanas y animales estaban en contacto muy estrecho por el proceso de domesticación, algunas zoonosis pasaron la barrera de las especies y permitieron que los microbios surgidos de los animales se adaptaran a los humanos y evolucionaran hasta volverse patógenos. Algunos de ellos no son particularmente nocivos en los animales que han convivido con ellos desde hace milenios y por eso han logrado desarrollar cierta resistencia. Pero se hacen mortales cuando les damos oportunidad de colonizar nuestros cuerpos y evolucionar y adaptarse. En el pasado además de su carne y su leche las vacas nos pasaron el sarampión y la tuberculosis, los cerdos la tos ferina y los patos la gripe. Pero esta es solo la historia del agente.
Mayor cantidad de población, alimentación poco densa, agua contaminada y animales domesticados fue el combo explosivo que convirtió a las enfermedades en epidemias
Los humanos como huéspedes inesperados para esta vida microscópica solo fuimos tales cuando empezamos a crear pequeños ecosistemas (parcelas) con la ilusión de controlar la producción de alimentos y superar la escasez estacional y de mediano plazo. Claro que para esto hubo que destruir hábitat salvajes para extender los cultivos. La intensificación de la producción que trajo la agricultura y la acumulación de excedentes (ya sea en cuatro patas como los pastores o en granos como los agricultores) permitió que la población se agregara en aldeas y pueblos y que sobrevivieran más niños alimentados con papillas de cereal, y que las mujeres pudieran sostener embarazos sucesivos (y sobrevivir ambos).
Mayor cantidad de población, alimentación poco densa, agua contaminada y animales domesticados fue el combo explosivo que convirtió a las enfermedades en epidemias, estas asolaban las poblaciones regularmente (cuando crecía el número de susceptibles y/o cuando un nuevo agente arribaba al poblado).
Aunque fue el hambre la principal epidemia que asoló a la humanidad desde entonces, tanto por causas naturales (inundaciones, sequías, insectos) como políticas (impuestos, guerras, levas forzosas) la capacidad de comer en el futuro siempre estaba en entredicho de manera que sin exagerar se puede decir que desde la “invención” de la agricultura la humanidad vivió en sociedades de restricción calórica, alternando períodos de abundancia ( las vacas gordas de Josué) y de escases (las vacas flacas). Acumulación, apropiación de los excedentes y distintas formas de distribución fueron las formas mas o menos creativas que encontramos para paliar el hambre (antes que de las mayorías, de las minorías!). Y como una población desnutrida es una población inmuno-deprimida (el sistema inmunológico humano ésta formado de proteínas, justamente los alimentos más caros (ya sea desde la energía puesta en producirlos ya sea vistos desde el tiempo que se tarda en hacerlo) tanto ahora como en el pasado, la posibilidad de resistir las enfermedades estuvo muy limitada.

Con el transporte de especies posterior a la expansión colonial europea las epidemias arrasan continentes enteros, la guerra bacteriológica que se libró en América para desgracia de los pueblos originarios (todos susceptibles no expuestos a las enfermedades) eliminó el 90% de la población en los primeros 100 años de contacto y permitió la destrucción y el sometimiento de multitud de culturas. No solo en América la destrucción del hábitat y la cultura originaria abrió el camino a las epidemias. En África, además del desangramiento que representaron 300 años de esclavitud, la destrucción del hábitat y el contacto con la fauna salvaje permitió que un lentivirus alojado en los macacos del Congo perfeccionara durante 300 años su adaptación al cuerpo humano convirtiéndose en el HIV. En Asia la extensión de los campos de arroz de inundación explotados por las compañías británicas hizo que evolucionara un  pequeño habitante de esas aguas salobres transformándose en el cólera que por lo menos ha sido responsable de 7 epidemias, llevado a todo el mundo por los barcos de su graciosa majestad.
Hoy día, cuando los consumos conspicuos de los habitantes de las megaciudades braman por cada vez más mercancías, sean alimentos o computadoras, la mercantilización de la naturaleza ha permitido que más y más hábitat sean destruidos y  su regalo envenenado (ese que el mercado no quiere ver porque no piensa en términos de sistema sino de ganancias) es que estamos -más que nunca- en contacto con animales (domesticados y salvajes) y sus enfermedades. Solo que la velocidad de la comunicación, ya sea de mercancías o personas es tal que aquello que en otro tiempo podía ser un fenómeno local ….hoy tiene chances de difundirse y convertirse en pandemia.
La destrucción de todos los ecosistemas naturales por la extensión de los cultivos, acerca los animales salvajes a los humanos, ya sea porque ambas poblaciones compiten por el mismo espacio, ya sea que los animales salvajes invadan otras áreas por su desplazamiento forzoso (los mapaches y los murciélagos se han adaptado bastante bien a las ciudades ante la destrucción de sus forestas). Si bien los animales de caza siempre fueron comida para los pueblos con que compartían su hábitat, hoy hay un sofisticado mercado de carne de caza para paladares gourmet que los lleva, con sus microbios, a miles de km de su origen, aumentando el riesgo de propagación de un patógeno.

Pero quizás la mayor fuente de enfermedades es el sistema de crianza “industrial” de los animales destinados a nuestra comida. Miles de animales ya sean pollos, cerdos, vacas, son hacinados, alimentados permanentemente, mantenidos en condiciones antihigiénicas y para evitar la dispersión de las lógicas enfermedades que se esperan de estas condiciones de vida, deben ser medicados “preventivamente” con las mismas medicinas diseñadas para los humanos. El resultado ha sido provocar una evolución artificial de las bacterias hasta hacerlas resistentes a los fármacos con que se las medican. Gripe aviaria y gripe porcina que aparecieron en este tipo de establecimientos y tienen su origen en este tipo de procesos de hacinamiento, medicalización, contaminación y mutación de patógenos.

Las montañas de caca del ganado estabulado contaminan aguas y tierra y brindan a los microbios animales ocasiones inmejorables de pasar a la población humana. Una adaptación de la bacteria Escherichia coli, apareció en los feed-lots de USA en los 90 hoy infecta los rodeos de todo el mundo, con la característica que para las vacas no es letal como ocurre en cambio con nuestros niños (síndrome urémico hemolítico) al comer su carne mal cocida (a menos de 70 grados, rosada, jugosa como es la costumbre en las cocinas de múltiples países).
Necesitamos otra lógica para parar la epidemia…..y para que no vengan otras.
La primera epidemia que debemos frenar es la epidemia de destrucción de la biodiversidad (que acerca especies antes profundamente distanciadas de los humanos en sus ambientes naturales hoy colonizados por la industria). Debemos cambiar los patrones de consumo conspicuo, que estimulan la producción de mercaderías innecesarias vendidas como necesidades imprescindibles. Esta economía nos condena al convertir el planeta en un gran proveedor de materia prima, y no es solo eso, no necesariamente debemos verlo así: es nuestra casa, la única que tenemos. Aunque algunos soñadores están queriendo colonizar otros planetas el que tenemos que conservar es éste….y si queremos salir de viaje a las estrellas, bien, pero huir de aquí porque hicimos nuestra atmósfera irrespirable, nuestra agua inbebible y nuestra tierra inhabitable…..no me parece una buena justificación.

Debemos modificar nuestra manera de pensar: somos parte de un sistema y hoy tenemos (creo que todavía tenemos) la oportunidad de cambiar este mundo, buscando como los médicos Griegos: “no dañar”. Hoy la agroecología, el consumo responsable, el comercio justo son algunas de las innumerables alternativas a la lógica mercantil que solo prioriza los pesos y centavos y en función de esta jerarquía está destruyendo la vida.

Esta epidemia, como las anteriores, fueron repetidamente anunciadas (desde científicos a directores de Hollywood), pero la inercia de la concentración del capital sobre la dinámica de la vida nos está sometiendo no solo a tasas altísimas de sufrimiento innecesario, ahora está en peligro la vida misma. Si fuera asi seríamos la única especie que eligió suicidarse antes que eliminar el bolsillo de su ropa.

Patricia Aguirre es Doctora en Ciencias Antropológicas. Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Se desempeña como antropóloga del Departamento de Nutrición en la Dirección Nacional de Maternidad e Infancia del Ministerio de Salud y Ambiente. Es profesora del Curso de Posgrado en Antropología Alimentaria IDAES y de Antropología y Políticas Alimentarias de FLACSO  y además en el Seminario de Antropología Alimentaria y Pobreza. Carrera de Antropología. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires.

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